sábado, 26 de septiembre de 2009

Escenas memorables

-Leyendaria escena de Scarlett O´Hara al final de la primera parte de Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939):



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-Escena final de Lo que el viento se llevó:


Escenas memorables

Escena onírica de Recueda (Alfred Hitchcock, 1942) con la participación de Salvador Dalí:

viernes, 18 de septiembre de 2009

Veronica Lake

El Hollywood clásico es una bacanal de historias dramáticas y fuertes personalidades tanto en sus ficciones como en las vidas de quienes lo forjaron. Una ligera panorámica a aquellos años nos muestra una larga lista de muñecos rotos, grandes estrellas olvidadas, suicidios y tragedias varias. En realidad, la Historia es ingrata y ha respetado a pocos, la mayoria cayeron en el más cruel olvido.

Para entender la historia de Veronica Lake hay que empezar por apuntar que fue el mayor icono de los 40. Haciendo pareja artística con Alan Ladd (con quien rodaría cuatro films) colmó las portadas de las revistas de la época. En aquellos días de guerra dos marines descubrieron una isla volcánica al sur del Pacífico y la bautizaron con el nombre de Isla Veronica en su honor. Su peculiar peinado (llamado peek-a-boo-bang) fue tan masivamente imitado por las jóvenes que el Departamento de Guerra de los EE.UU exigió a la Paramount que prohibiera el peinado a la actriz ya que, al taparles la mitad del rostro, las trabajadoras de talleres y fábricas de armamento sufrían accidentes y errores en su trabajo. La revista Life la declaró la artista de mayor éxito taquillero. Cobraba 4,500 dólares por semana y en un referéndum del Ejército norteamericano fue declarada la estrella femenina más popular. Como ella misma declararía: "En aquel tiempo nadie podía llegar más alto...".

Veronica era la viva imagen del cine negro de los años 40, delgada, con larga melena, voz grave y un cierto aire de misterio. De entre su legado destacan: Los viaje
s de Sullivan, El cuervo, La llave de cristal o La dalia azul; donde su presencia (como apuntaba Terenci Moix) está llena de sutileza. Era una de esas mujeres que aparecen a los quince minutos de metraje fumando y bebiendo en un club de jazz, lejos de ser la esposa ideal americana pero sin ser mala del todo.

Su auténtico nombre era
Constance Frances Marie Ockelman
, nacida en Brooklyn, Nueva York el 14 de noviembre de 1922. En 1940 se casó con el director artistico John S. Detlie con quien tuvo una hija y un aborto y se divorciaría tres años después. En 1944 se casó con el director André de Toth con quien tuvo otros dos hijos. Y en 1955 se casaría de nuevo con un músico llamado Joseph A. McCarthy. En los años 60 volvió a divorciarse y comenzó a vivir en hoteles baratos de Nueva York. Fue arrestada varias veces por embriaguez y escándalo pùblico
Pero a mediados de la década la decadencia llamó a su puerta irremediablemente. Su alcoholismo, el desinterés del público tras prohibírsele su original peinado, su expulsión de la Paramount, la demanda que su propia madre le puso por motivos económicos, su segundo divorcio...

Un periodista la encontró trabajando como camarera en el Martha Washington Hotel de Manhattan. Ella protestó que en realidad era una clienta, pero poco después confesó la verdad. Esa publicidad le proporcionó un triste regreso a los escenarios. En 1966, trabajó para la televisión como presentadora, en la ciudad de Baltimore; también apareció en un filme de pésima calidad: Footsteps in the Snow
Su salud física y mental declinó rápidamente, y a finales de los 60 se la encuentra en Hollywood, Florida, recluida por paranoia (al parecer afirmaba estar siendo investigada por el FBI).
Se rehizo, sin embargo, momentáneamente, y logró publicar una autobiografía: Veronica, recibiendo mucha publicidad y críticas positivas. Con sus ganancias, Lake coprodujo y protagonizó una película, la última: Flesh Feast (1970), cinta de terror
de bajo presupuesto. En ese momento se trasladó al Reino Unido, donde contrajo matrimonio con un capitán de barco inglés llamado Robert Carleton-Munro que murió prematuramente. Él nunca sospechó que aquella camarera había sido tiempo atrás nimás ni menos que Veronica Lake. En 1973, regresó a Estados Unidos, donde tuvo que ser de inmediato hospitalizada. Enemistada con su familia e hijos, no recibía visita alguna. Ese mismo año de 1973, cerca de Burlington, Vermont, Lake murió a la edad de 50 años, con un diagnóstico de hepatitis e insuficiencia renal derivadas de su alcoholismo. Sus cenizas fueron esparcidas en las Islas Vírgenes.
Veronica Lake fue probablemente la mayor muñeca rota de Hollywood (al menos la única con isla dedicada). La más rutilante estrella convertida en mera anécdota cinéfila. En su autobiografía afirmó: "Nunca deseé ser una estrella, nunca me lo tomé en serio. No podía vivir, no podía soportarlo, odiaba ser algo que, en realidad, no era. De haberme quedado en Hollywood habría terminado como Alan Ladd y Gail Russell: muerta y enterrada. Aquella ciudad de ratas los mató y sé que también me habría matado a mí". Tiene una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, a la altura del número 6918 del Hollywood Boulevard. Allí se la recuerda «por su contribución a la industria del cine».

jueves, 10 de septiembre de 2009

Bette Davis en "La loba"

Bette Davis pudo hacer esta película, su tercera con William Wyler en un plazo de tres años, porque por primera vez desde que se había convertido en estrella, la Warner Bros accedió a alquilarla a otro estudio, para poder pagar una deuda de 300,000 dólares que tenía con Samuel Goldwyn.

El rodaje fue un continuo desencuentro que terminaría rompiendo para siempre la relación personal y profesional entre Davis y Wyler. El personaje de Regina Giddens había sido interpretado por Tallulah Bankhead en Broadway, y Wyler ordenó a Bette que fuese a verla, y esta se negaba. Wyler consideraba que Tallulah Bankhead confería al personaje muchos matices, era un personaje ambicioso, frío e implacable, pero también de gran aplomo, encanto y agudeza. Sin embargo, Bette quería resaltar sólo su perversidad. Cuando Wyler la corregía, siempre creía que intentaba obligarla a imitar a Tallulah Bankhead, lo cual le sacaba de sus casillas.

Ya el primer día de rodaje, en mayo de 1941, acechó la sombra del conflicto cuando Bette se presentó con la cara con un toque de palidez empolvada que solían llevar las mujeres sureñas de comienzos del Siglo XX. Al verla, Wyler montó en cólera: "¿Qué es eso?", le preguntó... "Me lo he puesto para parecer más vieja", le respondió Davis... "Lo que pareces es un payaso. ¡Quítatelo!", le gritó Wyler. Bette no obedeció, sólo suavizó un poco el color. Wyler desafiaba a Bette a la menor ocasión, disfrutaba encendiendo la mecha, como si además de las diferencias en cuanto al personaje, hubiera también ciertos rencores personales (no hay que olvidar que habían sido amantes hasta poco antes).

Wyler exigía incesantes repeticiones de tomas para obtener una interpretación de Bette más matizada. A Davis le había encantado trabajar así en 'Jezabel' tres años antes, pero esta vez se resistía. Con más confianza en sus aptitudes, y más crecida como estrella, se sublevaba bajo el mando de Wyler. Con cada nueva toma que ordenaba Wyler, con cada súplica de que moldease más la personalidad del personaje, más inconsistente era la actuación de Bette Davis a los ojos del director.

Wyler estaba atónito de cómo se había alterado la conducta de la actriz respecto a él. No era ya maleable, no estaba abierta a sus sugerencias. Ninguno de los dos cedía un sólo milímetro, y la antipatía de Wyler, tan cordial con ella en otros tiempos, desazonaba a Bette. Durante el ensayo de una complicada escena donde Wyler quería que Bette transmitiera la gracia y la hospitalidad del Sur, ella la interpretó con tal dureza y frialdad, que al terminar, Wyler gritó en voz alta: "Es la escena más infame que he visto en mi vida. ¡Habría que contratar a Tallulah Bankhead!" Bette Davis perdió la compostura y se marchó del estudio.

El médico de la actriz informó al director y a los productores que tenía los nervios al borde de un síncope y que no podría reincorporarse al rodaje en unas cuantas semanas. Wyler empezó a estudiar posibles sustitutas para Bette, incluídas Tallulah Bankhead y Miriam Hopkins. Pero los productores decidieron que, a pesar de todo, no podían prescindir de Bette Davis, y ordenaron a Wyler que adelantara las escenas secundarias para hacer tiempo durante las tres semanas hasta el regreso de ella. La decisión de los productores supuso un triunfo para Bette Davis, que logró así imponer su criterio sobre el de Wyler, y dejarle claro que la imprescindible era ella.

Resignado a la idea de que no debía alterar la interpretación de Davis, Wyler la dejó hacer el papel a su manera, y se concentró en transformar la pieza teatral en cine vivo. El punto culminante de la película, sería la escena en la que Regina (Bette Davis) permite que su marido (Herbert Marshall) muera al negarle la medicación. Podría haber mostrado la reacción de Regina mientras se oye al moribundo fuera de la pantalla, o podría haber enfocado de forma alternativa a los dos actores, o en un primer plano paralelo; pero no, decidió centrar la cámara sobre el rostro cruel e imperturbable de Bette y dejar al marido en el fondo, más desenfocado, creando así una memorable imagen para la historia del cine.

La crítica alabó por igual la técnica de Wyler, y la interpretación de Davis, confirmando que ella llevaba la razón sobre la forma de representar al personaje. Aunque nunca más Wyler y Davis volverían a trabajar juntos ni a dirigirse la palabra. Bette Davis logró su sexta nominación al Oscar, la cuarta consecutiva. Y, lo que es más importante, su personaje pasó a la historia como referente para actrices con papeles de mujer malvada.

Katherine Hepburn



Con el éxito de su interpretación en Broadway en la obra teatral 'El marido de la amazona', Katharine Hepburn, de 24 años, estaba en boca de todos en la ciudad de Nueva York a principios de los años 30. La crítica hacía de ella descripciones muy llamativas como la de, "una chica nueva, de voz metálica, que parece una calavera".

El ruido llegó hasta Hollywood, donde la Paramount se adelantó al resto de los estudios y le hizo una prueba de cámara. Los resultados de la prueba fueron analizados por el mismísimo Adolph Zukor, mandamás del estudio y descubridor de estrellas como Mary Pickford o Gary Cooper. Zukor tomó la decisión más desafortunada de su carrera, rechazando a Katharine Hepburn por considerar que era una actriz hecha para el teatro, que jamás funcionaría para el cine. En palabras de Zukor, la imagen de Hepburn en pantalla era "de pesadilla".

Tras la mala experiencia con la Paramount, el agente de la actriz, el astuto Leland Hayward, pidió a su socio Myron Selznick que le echara una mano. Myron, agente de estrellas, era hermano de David Selznick, por aquel entonces jefe de procucción de la RKO. Leland Hayward había oído que la RKO estaba preparando la adaptación cinematográfica de 'Doble sacrificio', que iba a ser dirigida por George Cukor, y que estaban abiertos a probar nuevas caras para el papel protagonista femenino. Y a través de Myron, Hayward concertó a su representada una prueba de cámara con la RKO, que se efectuaría en Nueva York.

Los resultados de la prueba llegaron a Hollywood y el priemero en verlas fue David Selznick, quien tuvo una primera reacción bastante terrible. "¡Maldita sea! Es la más jodida espantapájaros que he visto nunca. Asignarle a 'La bruja de Endor'. Parece un cruce entre un caballo y un mono." Selznick pidió la opinión de su mano derecha Merian C. Cooper (que en esos días estaba preparando 'King Kong'). Cooper fue aún más cruel: "Es indudablemente piernuda. También dentuda. De Nueva Inglaterra. Heredera, he oído. Una Patricia WASP. Una intelectual. En todo sentido una snob. Vocalización de Bryn Mawr (universidad liberal para mujeres). Obstinada. Dogmática, estoy casi seguro. Chillona. Extrañamente masculina. ¡Sin duda una lesbiana!"
Al director George Cukor le pareció una "gárgola", una mujer "muy nasal" que "parecía gritar a través de su nariz". Pero Cukor quedó muy impresionado por una de las escenas de la prueba. Era una escena tomada desde atrás, con la actriz de espaldas levantando una copa de champán del suelo. A Cukor le encantó el movimiento entrecortado de la actriz, le pareció enigmática. Años más tarde la propia Hepburn admitiría que sabía bien lo que hacía cuando decidió por su cuenta dar la espalda a la cámara.

Cukor le dijo a Selznick: "Con gente nueva y diferente como esta Hepburn te alejarás del brillo, pero después te apropiarás de la caldera de oro (del éxito)". "¡Sandeces!", le respondió Selznick. Selznick había pensado en Irene Dunne y Jill Esmond para el papel, pero las dos le habían dicho que no porque habían encontrado dos trabajos menos arriesgados. Su tercera candidata era Carol Lombard, pero había estado penosa en la prueba y Cukor no la quería. La otra actriz con la que Selznick insitía era una desconocida de nombre Virginia McMath (futura Ginger Rogers). Pero Cukor se había encaprichado de Hepburn y presionó a Selznick hasta que lo convenció de cansancio.
Selznick, que tenía plenos poderes en la RKO para hacer contratos, llamó al agente de Hepburn y le ofreció el papel por sólo 500 dólares por cada semana de trabajo. A la actriz le pareció poco dinero y lo rechazó. Selznick subió la oferta a 750 dólares semanales. Hepburn volvió a rechazarlo. El productor se plantó, pero Leland Hayward le presionó a través de su hermano Myron, diciéndole la publicidad que supondría para la RKO hacerse con los servicios de la última sensación de Broadway. Finalmente se alcanzó un compromiso. Hepburn cobraría 6,000 dólares por cuatro semanas de rodaje. Pero Selznick le dejó una cosa muy clara a su agente: "Dile a tu actriz que no se desprenda de su casa de Nueva York. Creo que su estancia en Hollywood va a ser corta. Pronto estará de vuelta en Broadway recorriendo las aceras y pidiendo un empleo."

Hepburn viajó hasta Hollywood en tren, atravesando todo el país, acompañada de su amiga Laura Harding. Bajó en la estación de Pasadena, California. Llevaba un horrible sombrero y los ojos irritados por unas virutas de acero que se le habían incrustado por la ventanilla. Allí la esperaban su agente Leland Hayward y Myron Selznick con un Rolls-Royce. Myron pensó al principio que la estrella era Laura, la amiga, que vestía un modelito de Chanel. Cuando comprendió que la actriz era la otra, le dijo a Leland, "Dios mío, ¿queremos colarle a David a esa cosa por 1,500 dólares semanales?"

Se dirigieron todos en coche al Hotel Chateau Elysée de Los Angeles, y después a los estudios de la RKO. Hepburn se pasó todo el viaje criticando todo lo que veía a través del cristal del coche y comparándolo con su querida Costa Este. Actuaba como si les estuviera haciendo un gran favor a todos por ir a la Costa Oeste a trabajar en una película. Entró en los estudios de la RKO en Culver City con la misma altivez, despreciando todo lo que allí veía. Probablemente estuviera atacada de los nervios, y esa forma de actuar fuese para ocultar su inseguridad y protegerse de posibles decepciones.

Antes de ser introducida a Selznick, Katharine, siempre en compañía de su amiga Laura, fue conducida hasta el despacho de George Cukor. Cukor no era todavía un director importante y ocupaba un diminuto y oscuro despacho en una esquina de la planta baja. La actriz ni siquiera dijo un hola al director; entró en su despacho con un ataque de berborrea y, sin ni siquiera presentarse, lo primero que le dijo fue que necesitaba urgéntemente un médico para que le viera sus ojos irritados.
Cukor no hizo caso a su petición, y la llevó a ver algunos vestidos diseñados por Jossette De Lima, la diseñadora jefa de la RKO. Allí la actriz se mostró muy pedante, criticando los diseños, y creyendo que en la Costa Oeste no entendían de moda. "¿Ha oído alguna vez hablar de Schiaparelli? Contratarla a ella para diseñar mi vestuario. Mire a Laura. Va vestida de Chanel. ¿Ha oído alguna vez algo de Chanel?", le dijo a Cukor para provocarlo. Pero eligió a la víctima equivocada; Cukor era un experto en moda. "Tal vez podría ser su Svengali" le respondió. Una indirecta con la que vino a decirle que llevaba un peinado espantoso que necesitaba ser arreglado con urgencia.

Cukor también le hizo toda una declaración de intenciones: "Me han dicho que eres algo puta en el trabajo. Pero quiero que sepas que no habrás conocido a una puta de verdad hasta que me conozcas a mí. Soy más puta que ninguna actriz en Hollywood." Años más tarde Hepburn confesó que su primera impresión de Cukor no fue demasiado buena, "feo, gordo, judío y homosexual, una combinación letal". Cukor a ella la vio como a "una boa constrictor que insultaba a todos a los que tuviera a la vista".

Cukor la dejó en manos de Jo Ann Saint Auger, la peluquera jefe del estudio, que le lavó y cortó el pelo. Allí pasó a saludarla el actor John Barrymore, el que iba a ser su compañero de reparto en la película. El encuentro no fue demasiado esperanzador. Barrymore, al ver los ojos enrojecidos de Hepburn, pensó que era una alcohólica, igual que él, y le ofreció unas gotas que él utilizaba para disimular la resaca. "¡No es por resaca!", protestó ella. "Claro que no, querida. Será nuestro pequeño secreto. Recuerda, dos gotas en cada ojo."

También pasó a verla el maquillador Mel Burns. En presencia de Hepburn, Cukor se quejó ante el maquillador de las pecas que tenía en la cara. Ella aguantó estóicamente los comentarios, hasta que respondió a Cukor, "Debo hacerle saber que Leonardo Da Vinci tenía pecas." Se levantó y exigió que quería ver ya a David Selznick. Pero este no estaba y tuvo que esperar una hora más para ser recibida.

Finalmente se produjo el cara a cara con Selznick. Ella perdió el miedo al ver que no se trataba más que de un jovencito (Selznick tenía 29 años entonces) con gafas, aunque mantuvo su tono desagradable. Selznick no mostró ninguna reacción a primera vista, aunque nada más saludarla pididó a su secretaria que avisara a su hermano Myron y a Leland Hayward que quería verlos en privado más tarde. Ella empezó la conversación pidiendo un médico para su ojo. Selznick llamó por teléfono al médico del estudio, Sam Hirschfeld: "Tengo aquí a una actriz de Nueva York que parece estar a punto de morirse." Pero ella no tenía ganas de bromas, y se mostró cortante.
El encuentro fue breve, y Selznick dedicó la mitad del mismo a hablar con Laura Harding, la amiga de Hepburn. Era más su tipo. "Podrías salir en películas", le dijo. Las despidió pronto, diciendo que tenía cosas urgentes que hacer, y que ya hablarían en otro momento. Cuando abandonaban el despacho, Selznick le dijo a Hepburn: "Tome algo del sol que tenemos aquí en California. Madura las narajas, y seguro que también la hace madurar a usted."

Al cerrar la puerta, escuchó cómo Selznick se ponía a dar gritos a Cukor. "¡Maldito seas! No debí escucharte. Pudimos haber tenido a aquella bella ingenua a la que quería que probaras." Y Cukor le respondía, "la única cualificación de aquella putita -y esto me lo dijiste tú mismo- era que tenía la mejor cabellera de Hollywood". Estaban hablando de Ginger Rogers, que terminaría fichando por la RKO un año después.

El doctor Sam Hirshfeld no pudo atender a Hepburn, pero le envió a otra doctora que le examinó los ojos y le encontró tres virutas de acero. Le recetó unos analgésicos contra el dolor y le colocó un parche en su ojo izquierdo. Y fue así como al día siguiente se tuvo que presentar en su primer día oficial de trabajo en la RKO. Por culpa del parche, no pudo colocarse ante la cámara en unos cuantos días, y el inicio del rodaje tuvo que ser retrasado hasta que su ojo se curase completamente.

La actriz volvió a dejar muestras de su inconformismo durante los días de rodaje. No firmaba autógrafos y no vestía adecuadamente en los descansos. Cada día había reporteros en el estudio interesados en ver a la nueva actriz, y esta se paseaba por el lugar en bata y zapatillas de tenis. Esa no era la imagen que el departamento de publicidad de la RKO tenía en mente para ella, y la amenazaron con quitarle todas sus batas si insistía en seguir vistiéndose así. Hepburn se negó y el estudio cumplió su amenaza. Ella respondió al estudio con un desafío aún mayor: se paseó por el plató en ropa interior hasta que le devolvieran sus batas.

La relación de trabajo con Cukor empezó siendo difícil por sus diferencias respecto al vestuario del personaje, y por la incómoda presencia de su amiga Laura en el plató (en el estudio todos pensaban que Katharine y Laura eran pareja) que arruinó alguna que otra escena, pero llegaron a compenetrarse bien. Fue Cukor (a día de hoy considerado el mejor director de actrices que ha dado Hollywood) quien señaló a Hepburn las diferencias entre teatro y cine, le enseñó que para la cámara el más pequeño gesto era suficiente, y que había que actuar con los ojos.

Al finalizar el rodaje, Katharine Hepburn se subió al tren para volver a Nueva York. Pero, pocos días después, Cukor la llamó a Nueva York para decirle que había que repetir dos pequeñas escenas. Un grupo de gente seleccionada para pre-visionar la película se había reído en esas dos escenas que se suponían dramáticas, y el director quería volver a filmarlas. La actriz volvió a montarse en tren para cruzar todo el país hasta Los Angeles.

Durante las cuatro semanas que había durado el rodaje, David Selznick no había mostrado el más mínimo interés por alargar el contrato de la actriz. Daba por hecho que destrozaría la película y la crítica cinematográfica se cebaría con ella. Pero su postura cambió tras llegar a sus oídos que la Metro-Goldwyn-Mayer andaba detrás de la actriz. Al parecer, el público selecto que había asistido al pre-visionado de la película, recibió una buena impresión de su actuación, y la Metro se había interesado por contratarla. Por miedo a que se la robaran, Selznick convocó en su casa de Santa Monica al representante de la actriz, y negociaron un contrato largo. Las negociaciones fueron duras y el agente de la actriz logró importantes concesiones para su representada: libertad para elegir o rechazar ciertos guiones, y libertad para volver a Broadway de forma ocasional.

Selznick no tenía claro si había hecho lo correcto o había cometido un error firmándole un contrato largo. Sus dudas se despejaron el día del pre-estreno de la película. Según sus propias palabras: "Al comienzo de la película había una escena en la que Hepburn caminaba por la habitación, estiraba sus brazos, y luego se echaba en el suelo delante de la chimenea. Parecía muy simple, pero podías casi sentir y escuchar el entusiasmo de la audiencia. Fue una de las mejores experiencias que he tenido nunca. En esos pocos segundos de metraje ya había nacido una estrella."